México a lo largo de su historia ha recorrido un largo
proceso en la conformación de su identidad cultural. La búsqueda ha sido
fructífera y todos estos esfuerzos de integración se remontan incluso a la
época precolombina. La población indígena tuvo una gran aportación en términos
culturales y a su vez también la tuvieron los españoles cuando conquistaron
América. El legado occidental tuvo cabida dentro de este desarrollo.
El eclecticismo que se consolidó se vio reflejado en la
simbiosis entre estas dos maneras de ver el mundo, de concebir la muerte; y es
esta unidad de opuestos y complementos la que constituye este punto de partida
conceptual de las manifestaciones artísticas características de la sociedad
novo hispana. Por supuesto que con el paso del tiempo la necesidad de continuar
con esta búsqueda nunca decayó y es así que para el siglo XIX este devenir
seguía buscando la manera de alcanzar su objetivo, aunado también a la
necesidad de alcanzar la plena independencia política y el deseo firme de que
la nueva nación fuera reconocida en su soberanía por el resto del mundo
civilizado. Este proceso cultural siempre ha sido pues, dialéctico y basado en
el razonamiento de diversas estructuras lógicas.
El movimiento armado revolucionario de 1910 significó un
parteaguas definitivo en la esfera de la continuidad del régimen gobernante
anterior; pero en el campo del pensamiento plástico, muchas ideas que
fructificaron después de 1920 fueron incluso generadas desde la conciencia de
una generación formada en el porfiriato. Fue así que 1910 no fue un punto de
quiebre en el desarrollo del arte moderno en México.
Existen diversos puntos que se pueden llegar a
malinterpretar con respecto de este periodo en la historia de México. Antes que
nada, la cultura del porfiriato no fue más o menos afrancesada que la de
cualquier otra nación del mundo occidental que a principios de siglo se
preciara de ser civilizada. París era el centro irradiador de la literatura, el
arte y de varias formas de pensamiento moderno, por ende era comprensible la
incidencia de Francia en la concepción cultural de diversas naciones, entre
ellas México. La cuestión de concebir entonces a Porfirio Díaz como un villano
y ver “europeizada” la vida cultural mexicana en términos del desarrollo del
arte moderno mexicano es injustificada. La mentalidad de los actores
principales del cambio generacional a principios del siglo XX, tanto artistas
como promotores del arte, fue formada durante el porfiriato. La Escuela
Nacional de Bellas Artes, la antigua Academia de San Carlos, fueron los
semilleros de diversos artistas que se consolidaron después de 1920, siendo así
que la instrucción dentro de estas fue la forjadora de artistas como Diego
Rivera, José Clemente Orozco, Ángel Zárraga, Saturnino Herrán, entre otros, que
a su vez reconocieron las virtudes de los programas de estudio de la escuela y
el clima innovador que allí se pretendía.
El movimiento muralista no fue la única estrategia artística
que México propuso desde la temprana postrevolución. El clima plástico e
intelectual que se vivió bien merece el adjetivo de un auténtico Renacimiento
mexicano, pues muchas fueron las maneras como los artistas entendieron la forma
de crear un arte moderno, algunos comprometidos social e ideológicamente y
otros desde su propia interioridad.
Juan Soriano (1920-2006)
Apolo y las musas, 1954
Óleo sobre tela
Acervo Museo de Arte Moderno INBA/Conaculta
Guillermo Meza (1917-1997)
Cabezas religiosas, 1950
Óleo sobre tela
Acervo Museo de Arte Moderno INBA/Conaculta
Fotografía: Ricardo Casasola
David
Alfaro Siqueiros (1896-1974)
Nuestra
imagen actual, 1947
Piroxilina
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Acervo
Museo de Arte Moderno INBA/Conaculta
Esta
obra se incluyó en la exposición inagural de 1964
Fotografía: Ricardo Casasola
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